Me lo contó Rosa María Mateo, una de las figuras más populares de la televisión española. Una mujer le había escrito una carta, desde algún pueblito perdido, pidiéndole que por favor le dijera la verdad:
- Cuando yo la miro, ¿usted me mira?
Rosa María me lo contó, y me dijo que no sabía qué contestar.
Me gusta cómo enciendes el cigarro el gesto inimitable de tus dedos y acaso un algo desvalido que al andar se resbala de tus hombros... Lo sé, sé que estoy presa de tus sueños Por eso si te empeñas seré rubia y azul y buena como un ángel Por eso seré mala si te empeñas oh diabólica nieve usurpada a la luna me rendiré no temas seductor entrañable cada noche mientras que a mí te acerques inventando estrategias y sigas encendiendo cigarrillos.
Lo decían las calles de Granada hace tiempo, pues ya pintaron encima. Sí, también lo cantaban Extremoduro con mucha razón. Y sí, hay dos mensajes subliminales...según mi abuela los homosexuales son resultado de mezclarse entre nacionalidades...mmm habría que estudiar la procendecia de José y María...mmm.
Cuenta la historia que había una vez un verdugo llamado Wang Lun, que vivía en el reino del segundo emperador de la dinastía Ming. Era famoso por su habilidad y rapidez al decapitar a sus víctimas, pero toda su vida había tenido la secreta aspiración jamás realizada todavía: cortar tan rápidamente el cuello de una persona que la cabeza quedara sobre el cuello, posada sobre él. Practicó y practicó y finalmente, en su año sesenta y seis, realizó su ambición.
Era un atareado día de ejecuciones y él despachaba a cada hombre con graciosa velocidad; las cabezas rodaban en el polvo. Llegó el duodécimo hombre, empezó a subir al patíbulo y Wang Lun con un golpe de espada, lo decapitó con tal celeridad que la víctima continuó subiendo. Cuando llegó arriba, se dirigió airadamente al vedugo:
- ¿Por qué prolongas mi agonía? -le preguntó-. ¡Habías sido tan misericordiosamente rápido con los otros!
Fue el gran momento de Wang Lun; había coronado el trabajo de toda su vida. En su rostro apareció una serena sonrisa, se volvió hacia su víctima y le dijo:
-Tenga la bondad de inclinar la cabeza, por favor.
Frente al río Rubicón, después de haber conquistado la Galia, Julio César mencionó esta frase. Sabía que cruzando el río daba comienzo a la guerra civil en Roma, contra Pompeyo y la autoridad del Senado. Hay varias versiones de la historia y la frase: "La suerte esté echada", "Echad la suerte", "Los dados están echados, esperemos ahora la suerte". Pero en cualquier caso, el mensaje es el mismo. Julio César sabía que el cruce del río por su ejército era un punto de no retorno y la suerte estaba echada a partir de aquel momento.